
Una desenvuelta voz rememora con radical sinceridad sus primeras erecciones en los camarines de hombres, sus pulsiones eróticas con los compañeros de curso y su temprana vinculación a las Juventudes Comunistas donde la áspera lógica heterosexual, opera como signo dominante de la izquierda de aquella época. De fondo oímos el televisor Motorola y su programación ochentera como un ruido blanco, el telón gris dictatorial imantando su violencia en todo el territorio, y a los padres, dos fantasmas o ánimas, que comienzan a diluirse, a mutar durante la adolescencia, a volverse otros en la adultez.