“Vivíamos frente al mar porque allí terminaba la ciudad y comenzaba otra cosa”, dice el narrador de esta novela, quien se refugia en un bloque de departamentos junto a dos hombres y una mujer, con los libros y casetes desparramados por el suelo, con las armas escondidas bajo los colchones y los explosivos impregnando el aire con su olor a nitrato de amonio.