Nadie sabe qué o quién es Banksy. La única certeza que tenemos, es que bajo ese rótulo aparecieron a fines de los noventas obras cargadas de ironía política: frescos de street art donde vemos a la icónica Mona Lisa cargando un lanzallamas o a una desnuda y famélica niña vietnamita de la mano con Mickey Mouse y Ronald McDonalds. El lugar escogido para escenificar aquel discurso anticap- italista no fue la galería de arte; sino los muros de barrios obreros en ciudades como Bristol, Chiapas o Barcelona. Hoy su obra es reconocida en todo el mundo.Y las teorías sobre su verdadera identidad se debaten entre un tipo común y corriente nacido en 1975 llamado Robin Gunningham; el heterónimo de Jamie Hewlett (Gorillaz) o Robert del Naja (Massive Attack); o un colectivo revolucionario anarquista de escala mundial. El copyright es para policías reúne las reflexiones teóricas y biográficas de Bansky sobre la política que impulsa todo arte callejero. Es un manifiesto decantado que invita a repensar el entorno que habitamos y denunciar su desigualdad en los muros de la urbe. No hay que vestirse como revolucionario sino serlo, nos dice. Y poco importa saber qué o quién está detrás de esta obra. Sino compren- der que el arte es la mejor herramienta para interrumpir la mirada del policía.